lunes, 2 de septiembre de 2013

CAPITANES INTRÉPIDOS

La jornada del domingo se presentaba apurada, teníamos el vuelo a eso de las 5, más o menos, y toda actividad lúdico-gastronómica debía concentrarse en la mañana.
Sin tiempo que perder, vinieron a recogernos nuestros amigos y, tras dejar el hotel, fuimos a desayunar a la mexicana a un precioso local cerca de donde nos alojábamos. Decoración sencilla pero eficaz, festiva sin resultar exagerada y mesas amplias, lo que es de agradecer. Aquí tienden a aprovechar al máximo el espacio y las mesas no son muy grandes; si tenemos en cuenta la cantidad de comida que sirven para un desayuno, comida o cena, siempre se quedan pequeñas.
Y luego ¡A NAVEGAR!, habían quedado con otra pareja que vino con dos niños y una niña de la edad de Hijo y nos llevaban a dar una vuelta en motora por la bahía. Era lo bastante amplia para ir todos cómodamente sentados.
Problemas técnicos con la descarga de fotos del móvil me obligan a engañaros continuamente poniendo imágenes que, aunque se ajustan bastante a la realidad, no son la realidad misma. Da igual, esto no es Informe Semanal, el barquito podría ser éste, pienso, más o menos.
Así, aproximadamente
O puede que algo así, pero en esta línea, una orientación aproximada, vaya.
Mientras esperábamos en el puerto a que llegase todo el mundo Hijo me llamó, "Mamá mira, una moneda en el suelo, da suerte. Cógela tú que quema". Efectivamente, ardía, como para hacerse un tatuaje sin pagar un duro.
Como todos habréis notado faltan las multitudes despidiéndose con música y alboroto vario. Se nos pasó ese detalle, las prisas, que no son buenas.
Una vez navegando el mayor reto fue sacar a los niños del camarote ocupado casi en su totalidad por una cama enorme donde tirarse a jugar. No era una cuestión de moralidad ni buenas costumbres, es que allí abajo la temperatura subía hasta alcanzar fácilmente la del Vesubio en plena erupción.
Se solucionó cuando el padre de la otra familia se subió a la proa, cual Leonardo Di Caprio pero sentado y en un barco ligeramente menor, con toda la tropa infantil. Encantados, oye.
Nosotros, mientras, disfrutando del paisaje, la brisa marina y la bebida fría que llevábamos en una neverita.

Si os tomáis una cerveza delante del ventilador y os ponéis cerca del horno encendido será como si estuvieseis aquí. No olvidéis salpicaros de vez en cuando con agua salada para que la vivencia sea aún más realista.
Fondeamos cerca de un islote en el que el mar está más tranquilo (lo de Océano Pacífico es una broma de mal gusto, las olas tienen un pase, pero la resaca es como un chupetón de Mick Jagger, absorve que no veas). Los niños se lanzaron al agua provistos de chalecos salvavidas junto con los hombres que rechazaron tal tontería.
Resultado: el niño mayor, experto nadador, llegó el primero, seguido de Hijo (que supuestamente no sabía nadar, pero aprendió en esos días), niño mediano tercero y pelotón de hombres empujando a niña últimos, jadeando y resoplando cual ballenas.
No éramos los únicos en la isla, había otras cuatro personas y dos barcos más fondeados también. Técnicamente no estaba desierta, pero a efectos prácticos como si lo estuviera.
Después de un rato de distendida charla en un barco que, al tener echada el ancla giraba continuamente sobre si mismo con un suave balanceo (no, no me mareé si es lo que pensáis, yo he nasío p´a navegar) vino Hijo a buscarme y no me quedó otra que acceder. Al llevar el chaleco fue un paseo llegar hasta la orilla, donde estuvimos lanzando piedras al agua intentando hacerla rebotar hasta que llegó la hora de abandonar el barco.
Rápida comida en una pizzería y pitando al aeropuerto.
Allí Hijo dejó encargado un camión en la tienda de recuerdos "para cuando vuelva otra vez y me porte bien", le preguntó a la azafata si podía visitar la cabina del piloto y le contó a otra en el autobús a la terminal, una vez en tierra, que "tenemos un perro que nos causa muchos problemas".
Y el taxista que nos llevó a casa en México DF llevaba puesto en el coche a Rafael, Grandes Exitos, como dato curioso de última hora.
Nos ha quedado mucho por beber y comer ver y por hacer, así que esperamos regresar para no dejar las cosas a medias.
Eso sí, yo repito Cuchupetas, y si puedo taxista.

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