miércoles, 25 de septiembre de 2013

HOUSTON, TENEMOS UN PROBLEMA

Este fin de semana fuimos a Houston, aprovechando que Marido tenía que arreglar los papeles del visado (sí, por fin, parece que ya está en marcha). Cada día estamos más cerca de tener nuestras cosas aquí.

Emprendimos viaje el viernes y ya desde el primer momento empezaron los hados funestos a advertirnos que mejor nos diésemos la vuelta, que para qué tanto moverse, que mejor en casa que por el mundo rodando.... Pero nosotros nada de escuchar, erre que erre, que sí que nos vamos, que a mí no me para nada, que si dile a Pepito Grillo que se coma un polvorón y se calle ya... Vamos, que ignoramos los presagios y seguimos adelante con nuestro descabellado plan.
Habla chucho, que no te escucho....
Pese a que, por una vez y sin que sirva de precedente, yo lo tenía todo preparado, listo y ya con un pie en la puerta, Marido salió del trabajo más tarde de lo previsto (previsto por él, yo ya me lo temía) así que cuando llegó el taxi a buscarnos ya íbamos con el tiempo contado.
Al salir de casa nos percatamos que, juntando el dinero en metálico de los tres, no nos llegaba para pagar el taxi, así que le pedimos al señor taxista que hiciera una paradita de nada en un cajero que hay aquí mismo, a la vuelta de casa. Ni que decir tiene que ese cajero no funcionaba y hubo que dar un rodeo no previsto para buscar otro.
Ya en marcha constatamos que al menos el 75% de la población capitalina había decidido ir al aeropuerto ese día y a esa hora, no sé si de viaje, a recibir a alguien o a despedirnos a nosotros en loor de multitudes, pero el tráfico, ya denso normalmente, era más espeso que el puré de patatas de un menú del día.
Un día normal de tráfico moderado en la capital mexicana.
No llegamos tarde, de hecho no llegamos a embarcar, pero, afortunadamente, el vuelo llevaba retraso y, fuera de tiempo, pudimos facturar.
Nos avisaron que, dado que el retraso iba a ser de más de una hora, podían cambiarnos de puerta de embarque y que, aunque avisan por megafonía, no se oye en todo el aeropuerto, así que no nos atrevimos a movernos de allí. Hicimos bien porque sí que cambiaron de puerta, como no, a la última de la terminal. Eso también nos pasa casi siempre, unimos lo lúdico a lo saludable y antes de pasar unas horas sentados en un avión, entrenamos para la maratón de NY y así ya no nos afecta el síndrome del turista.
Nos sentamos por fin el el diminuto, diminuto avión (de verdad, hasta Papá Pitufo hubiera tenido que agacharse para entrar) y empezó el retrasadísimo vuelo.
Aquí estamos despegando. El equipaje iba en la bodega, incluido el de mano.
Tenemos unos amigos viviendo en Houston y un día antes nos dijeron que hacía mucho calor aunque estuviese algo nublado.
A punto de aterrizar vimos que no estaba nublado en absoluto. Y si lo estaba los tremendos rayos y la intensa lluvia lo ocultaban. Tomamos tierra entre turbulencias que daban la razón a los expertos que dicen que lo más peligroso, con diferencia, es el despegue y el aterrizaje.
Por supuesto Hijo hizo el viaje entero dormido y no se coscó de nada.
Pasamos todos los controles del mundo, nos hicieron fotos de todos los tamaños, nos tomaron huellas de todos los dedos y, al fin, nos subimos en un taxi (cab) camino del Hotel Hillton, al que llegamos rozando la medianoche y con Hijo de nuevo echando un sueñito en el camino.
No era lógico ir en un taxi más grande que el avión, la coherencia es importante a la hora de viajar.
Antes Marido trató de sacar dinero de un cajero con su tarjeta de crédito y no reconocía el número secreto ni a la de 3 (quedarse con el número que es importante en el relato de los hechos). Por suerte llevaba otra que permite disponer de una cantidad mínima, pero suficiente para el taxi, objeto de nuestros desvelos tanto en México como en USA.
Ya en el hotel y soñando con la cama (Hijo de nuevo en brazos de Morfeo, esta vez en una butaca del hall) descubrimos que, pese a los reiterados intentos del recepcionista, no pasa la tarjeta, requisito sine qua non para que nos dieran la ansiada llave.
Al ver esto nos sentimos como los emigrantes al ver Manhatan.
Pero resultó que nos tuvimos que quedar en la Isla de Ellis.
Y luchar encarnizadamente contra la burocracia.
Dado que el dinero que llevábamos en metálico no daba para pagar una noche, que llovía, que íbamos con Hijo, que allí sólo abría 24h un Mc Donald que habíamos pasado hacía rato y que era ya cerca de la una de la madrugada hora local, y sábado de madrugada hora española, con el banco cerrado, la cosa pintaba mal. Dormir en el parque no era una opción por el clima y por el niño, más que nada.
Comprobamos que había saldo, y lo había, tratamos de que nos dieran el PIN por internet, pero lo enviaban por SMS al móvil que figuraba en los datos, el de España, que no estaba operativo y quedó en México. Intentamos cambiar el teléfono, pero para eso necesitabas el PIN. Te lo enviaban por correo, sí, pero tardaría varios días y llegaría a nuestra casa de España, cosa completamente inútil. La desesperación se podía masticar, lo único que podíamos comer, por otra parte.
Por fin Marido tuvo una iluminación, llamó (y sacó de la cama) a mi santo suegro y, dando su número de tarjeta y enviando por fax una autorización, consiguió la tan ansiada llave del paraíso.

Y por fin alcanzamos la tierra prometida
Eran más de las 2 cuando Hijo consiguió dormir en el sitio destinado por la humanidad a tal fin, y más de las 3 cuando Marido y yo terminamos de hacer todos los trámites necesarios para recuperar la funcionalidad de la tarjeta y, por tanto, nuestra vida. Uno de los planes del finde era liarnos a comprar como locos, ya que en México hay menos cosas y más caras, y sin dinero no iba a ser fácil.
No quedó más remedio que llamar a España donde descubrimos que, al introducir mal tres veces el PIN, la tarjeta quedó bloqueada. Por suerte pudieron desbloquearla desde allí y todo se arregló.
Y fueron felices y no comieron nada porque no había nada abierto, ni ganas. A las 7.33 exactamente Hijo decidió que ya era hora de abrir el ojo, el suyo y el mío, claro está.
Mañana os cuento más cosas, que me he agotado otra vez sólo de leer mis cuitas.

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